viernes, 28 de septiembre de 2007

Cuento: Siete Mesina.... por Myrna Martínez


Se escucho un grito desgarrador, horas de silencio, perros ladrando, augurando un nacimiento prematuro. El canto del gallo se escuchó, apenas se vieron los primeros rayos del sol. La comadrona fumaba su cigarro con gran nerviosismo, limpiándose las manos constantemente, como si aún sintieran la sangre de aquella mujer que casi se había desangrado con el nacimiento de su hija siete mesina. Había perdido mucha sangre. Tanto la hija como la madre podrían morir. L comadrona tenía su mirada perdida en el horizonte, en aquellas hermosas montañas que circundaban la hermosura del barrio Quebrada Ceiba esa madrugada del 7 de marzo del 54. Las montañas parecían más hermosas que nunca, pero inalcanzables. El sol asomaba su hermosa y radiante cara. Era un amanecer diferente, para doña Carmen, la comadrona del barrio, nunca se había topado con un nacimiento tan peligroso y arriesgado. Tantos niños que había traído al mundo en ese barrio, pero ninguno tan difícil como aquel. Sentía pena por aquella mujer que había luchado y sacrificado su inocencia de niña por tener a su hija. Ella conocía la triste historia. Las circunstancias a las que se había expuesto y a los sufrimientos que había pasado. Con el padre de la criatura. Siempre de juegos y bebe latas. El la maltrataba física y verbalmente, todos en el barrio lo sabían. Aquella mujer había soportado demasiados sufrimientos y vejámenes y ahora luchaba con todas sus fuerzas, para traer a esa criatura al mundo, su primera hija. Aún así, con todo lo vivido, ella quiso tenerla y estaba arriesgando su vida por eso. Quería tenerla, pero la vida misma, se la quería arrebatar. Su vida se extinguía, apenas se mantenía con los ojos abiertos. En un último intento, parió la criatura. La niña agonizaba, solo seria cuestión de horas, esperar, pensó la comadrona. Esa criatura luchaba por respirar. La madre como pudo, amamantó aquello que realmente daba lastima observarlo. Una niña de piel amarillenta, casi transparente, unos ojos desorbitados, piernas largas, apenas dos hilachas de pelo que enmarcaban su cara redonda. Su madre la abrazaba a su regazo, la alimentaba con su vida, dándole el poco calor que le quedaba en su cuerpo. En aquel silencio solo se escuchaba el llanto desgarrador de aquella criatura y los sollozos de aquella madre, que con su fe inquebrantable, pedía al Señor, que no se la arrebatara, pues era lo único que tenía. Solo le pedía un “Milagro”, que su hija se salvara. A pesar de que si ella moría lo hacia en paz, pues sabía, que sus padres y hermanas cuidarían de la niña. La comadrona fumaba un cigarro tras otro, ignorando los pensamientos de angustia de aquella madre, que apenas se sostenía con vida. Un rosario de camándulas se deslizaban entre los dedos de la comadrona, era cuestión de horas, pensaba, solo había que esperar… Un nuevo amanecer, perros ladrando. Siete de marzo de 1955, una mañana radiante llena de esperanza. Se escuchan gritos y alborozos juegos de niños. Una niña, juega de mamá con su muñeca de trapo. Su madre ausente, se la había enviado, como regalo de su primer cumpleaños. Risas de alegría y esperanza de aquella niña, se escuchaban en todo el litoral. Unos abuelos felices y orgullosos de tener y criar a su primera nieta. En el Bronx de Nueva York,, una mañana de invierno, una madre va camino hacia una fábrica, derramando lágrimas de ausencia. Su llanto es por su única hija, que apenas pudo abrazar y ver crecer, pero a la vez, sus lágrimas eran de felicidad. Pues vio cumplir, el “Milagro” que pidió….

1 comentario:

Adriana Fernández dijo...

No lo entendí del todo. Me gustó.